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Eso que Dios sabe: aportes para la diaconía comunitaria

Actualizado: 31 jul 2020

Mensaje basado en Romanos 12,17-21

Por Jorge Weishein

Díganme si acaso cada vez que escuchamos o leemos este texto, y sobre todo la palabra mal o malo, no pensamos siempre en otros, en otras cosas, incluso hasta en situaciones extremas y leemos este texto como un llamado a ser permisivos con esa maldad para que esos otros se conviertan y nos llamamos a tener paciencia en un acto cristiano de profundo amor para ser un testimonio del amor de Dios. Si al escuchar o al leer este texto le pasa que siempre pone lo malo afuera o en los otros, sepa que es normal, sepa que a la mayoría de las personas les pasa, sepa que es casi un mecanismo de defensa personal muy común. No se sienta mal. Sepa también que el apóstol Pablo no escribió esta carta para que alguien se sienta mal. Pablo escribe esta carta con el corazón en la mano, temblando de dolor y con un amor que se le sale el corazón del pecho.

Este texto debe ser una de las reflexiones más duras del apóstol Pablo, sobre todo, por lo que implica para él tener que escribirlas a una comunidad querida y a quién se las escribe, gente por la que tiene una enorme estima y a causa de quienes las escribe, gente que con todo el dolor del mundo debe regañarla y llamarle la atención para revisar su fe.

Pablo se enteró que hermanos y hermanas en la fe están discriminando a hermanos y hermanas de su propia comunidad por su inserción social y por su cultura de origen porque ellos creen que Dios los considera mejor a ellos que a los otros. Resulta que ellos son parte de la comunidad porque aceptaron el evangelio de Jesús y creen en su resurrección al igual los otros, pero ellos se creen con derecho a decidir quién es parte de la comunidad y quiénes no, quiénes son cristianos verdaderos y quiénes no, quiénes son del espíritu y quiénes son de la carne, quiénes se salvan y quiénes no. En síntesis, el problema es que (ya) en la primera comunidad cristiana de Roma un grupo de cristianos y cristianas se cree mejor que el otro, mejores creyentes y mejores hijos e hijas de Dios.




Cada uno y cada una justifica por qué su cultura y su forma de vivir la fe es la correcta y por qué la otra cultura y la otra forma de vivir la fe es la incorrecta. Pablo, les resume el problema: la justicia de Dios es alcanzada por la gracia de Dios a través de la fe y la fe nace de oír la palabra de Dios. La fe no nace de enseñarle al otro a hacer lo mismo que yo, ni con buena ni con mala intención. La fe nace de compartir la palabra de Dios juntos. Dejando que la palabra de Dios nos hable a las y los dos, a ambos, así como somos. ¿Da un poquito de miedo? ¿Da un poco de cosita ponerse a la par de las otras personas y dejarse decir por Dios las mismas palabras? ¿Nos da impresión ser honestos y sinceros, ser honestas y sinceras, y es como sentirnos desnudos y desnudas delante de Dios y de las demás personas al mismo tiempo? ¿La palabra de Dios nos expone y nos desnuda lo que somos poniendo la vergüenza sobre la mesa? ¡QUÉ BUENO! Es en situaciones como estas donde Dios obra con nosotros y nosotras convocándonos a la libertad y a la confianza.

Tantas veces, ¡y cuántas veces más!, vamos a seguir hablando de misión y de no sé cuántas cosas más. Con todo cariño y respeto, hermanos y hermanas, no hacemos misión porque tenemos miedo a nuestra desnudez y a nuestra vergüenza, tenemos miedo de que los demás se enteren y sepan lo que somos y cómo somos. Tenemos miedo que eso que Dios sabe también lo sepan los demás. Sin embargo, ¿cuánta A-LE-GRÍA nos ha dado nuestro Dios a través de Jesucristo? ¿¿Cuánta FE-LI-CI-DAD nos ha regalado nuestro Dios a través de su palabra en tantos momentos y en tantas situaciones que jamás en nuestras vidas lo hubiéramos podido si quiera reconocer e imaginar para poder darle GRACIAS??

¿Qué es lo que nos pasa a los cristianos y las cristianas que una vez que hemos recibido la palabra de Dios nos queremos encerrar con Dios en nuestra carpita, tenerlo solo para nosotros y nosotras? Dios no es de nadie hermanos y hermanas porque la esencia de Dios es ser para todos y todas. Ninguno de nosotros ni nosotras tiene la más mínima ni remota oportunidad de saber lo que Dios quiere y sabe. ¿Cómo es posible que condenemos a otros de entrada antes de siquiera animarnos a empezar a hablar de Dios y compartir juntos y juntas su palabra? ¿A cuántas personas rechazamos sin tener ni idea de quiénes son?

Hace poco vi una película sobre el mal. Debo confesarles que me pasa algo raro con esas películas, porque me dan mucha impresión, pero me atrapan y quiero ver qué va a pasar, me atrapa el suspenso. No sé qué les pasa a ustedes con esas películas. Ahora esta película que vi, tenía algo que me llamó la atención: si el protagonista no confesaba sus pecados no podía enfrentar el poder del mal porque de lo contrario el mal le echaba en cara sus pecados y lo debilitaba con la culpa. Quizá sea interesante porque cuando hablamos de lo que uno hace y si uno lo hace mejor que el otro o no, la vara para medir lo bueno es la obra humana, lo que uno sabe y puede hacer. Eso es justamente lo que Pablo vio en la comunidad de Roma. La gente de la comunidad estaba convirtiendo la iglesia en un infierno donde unos le echaban la culpa a los otros de no ser tan buenos como ellos. Eso es lo que pasa cuando algunos creen que tienen a Dios en el bolsillo y que los otros, aunque pretendan tenerlo todo, jamás van a llegar a tener lo que ellos tienen: el poder y, por lo tanto, la razón. ¡Qué difícil cuando pasan estas cosas en las comisiones o en las juntas directivas!

Cuando lo que mantiene unida a la iglesia es la forma en que preparamos el espeto, o quiénes hacen el mejor chorizo, o quienes venden el kreppel más rico del pueblo… ojo, eso nos puede causar gracia un rato, dos ratos también, pero acuérdense que eso no va a durar mucho. No traigo estos ejemplos, para hacerme el chistoso; nos causa gracia, pero en Roma también estaban discutiendo cuál era la comida más rica y quiénes la hacían mejor. Pablo les recomienda aprender a comer juntos, pero sobre todo les pide que no sean sonsos, porque si la iglesia va a ser un día una facultad de teología y otro día una escuela de comidas, entonces ninguno entendió nada. Ojo, Pablo no les dice que dejen de comer, ni que dejen de estudiar. Ojo, que también ha habido peleas por quién predicaba más lindo y era de Dios y quien no sabía ni hablar y era una vergüenza. Pablo ahí también tuvo que explicar que Dios planta, siembra y riega con todos. El que realmente obra es Dios a través de su palabra. Pablo les dice que para que la iglesia funcione lo que tiene que pasar es que aprendan a compartir unos con otros la comida y la palabra, dejar de criticarse y aceptarse mutuamente, dejarse de joder con que unos pretendan ser mejores que los otros, porque tanto unos como otros, si son algo, son hijos e hijas de Dios, y para ser eso, ninguno hizo absolutamente nada. Dios los aceptó como son, en su pueblo, gratis, sin exigirle que aprendan ni a hacer chucrut ni a hervir la mandioca a punto ni a predicar como los dioses.

Hermanos y hermanas, con una mano en el corazón, ¿qué nos ha pedido Dios tan grande que ponemos tantas trabas y tantos requisitos a la gente para poder compartir su palabra, sus sacramentos, su iglesia, nuestras propias vidas (que son de Dios), con otras personas? Díganme, sinceramente, ¿Dios nos preguntó si éramos varón o mujer, Dios nos preguntó si nos gustaban los varones o las mujeres? ¿Dios nos preguntó de qué lugar vinimos nosotros, o nos pidió de dónde eran nuestros padres? ¿Dios nos preguntó si éramos dueños de nuestro negocio, y si tuvimos alguna herencia, o acaso nos preguntó si éramos empleados, y si nos alcanzaba para llegar a fin de mes? Pablo, tuvo que hacer muchas veces preguntas incómodas como estas. Hermanos y hermanas, el mal y lo malo es lo que hacemos, es lo que vivimos, es ese miedo terrible de animarnos a ser como Dios manda. El mal y lo malo es eso que decimos y hacemos por miedo a reconocernos iguales que los demás delante de Dios. Prestemos mucha atención cuando escuchamos: “ellos y nosotros…”

Por eso, hermanos y hermanas solamente recordemos, otra vez, las palabras de Pablo, palabras de Dios para nosotros a través de la fe, así las compartimos juntos y juntas:

“No le devuelvan mal por mal a nadie; siempre traten de hacer las cosas bien con todos. Ustedes hagan todo lo que puedan para estar en paz con toda la gente. No hagan justicia por sus propias manos. Queridos hermanos y hermanas, dejen la condena para Dios; acuérdense que está escrito: “La venganza es mía, dejen que yo me encargo, dice Dios. Así que, si tu adversario tiene hambre, dale de comer, si tiene sed, dale de beber, así se le va a poner roja la cara de vergüenza. No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence al mal haciendo el bien.” (Rm 12,17-21, traducción propia)

Otra cosa, y con esto termino: los cristianos y las cristianas no tenemos enemigos, esto es una mala traducción. Alguien para que sea enemigo tiene que estar en guerra con otra persona; y si estamos en guerra, estamos muy mal las dos. Eso solo puede terminar mal, y mal en serio, es decir, puede terminar con nuestras vidas, y la vida es Dios. Nadie toca la vida de nadie. Si alguien toca la vida de otra persona tendrá que responder ante la justicia y se las tendrá que ver con Dios. La Biblia habla casi siempre de las adversarias y los adversarios dentro de la propia comunidad, dentro de la propia iglesia. La iglesia está para acompañar y compartir la palabra para crecer en la fe a lo largo de la vida de todas las personas en todo momento, no importa lo que pase ni cómo pase ni por qué. Eso significa aprender a abrirnos y a aceptarnos mutuamente. Lo que la Biblia traduce como enemigo es lo contrario de prójimo, es esa persona que nos resulta tan pero tan difícil de acompañar, de cuidar, de amar que no sabemos qué hacer ni con ella ni con nosotros o nosotras. En realidad, ese es nuestro mayor desafío en la vida de fe cristiana. Dios nos invita a compartir todo lo que somos, lo que tenemos y lo que sabemos gracias a la Palabra: que sólo Dios puede salvarnos a través de la fe.

Amén

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