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Foto del escritorFundación Hora de Obrar

UN VALLE DE HUESOS SECOS

Leonardo Schindler, pastor presidente de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, compartió algunas reflexiones acerca de las fragilidades que desnuda este tiempo de pandemia, en ocasión de la celebración del culto de Pentecostés. Son palabras de denuncia que al mismo tiempo fortalecen y animan a transformar esta realidad, y que les compartimos hoy aquí.


Foto: Pablo E. Piovano @piovanopablo para RollingStone


“La aparición del COVID 19 y la pandemia desatada a partir del mismo ha desnudado dos fragilidades. La primera de ellas, nuestra fragilidad como seres humanos. Las falsas y superficiales seguridades sobre las cuales se edificaban el orgullo humano han estallado en mil pedazos. No hay mérito personal que nos vuelva inmune y nos brinde completa seguridad. Tampoco sirvieron las tropas, los escudos anti misiles, las barreras a los inmigrantes, los muros que separan países, las predicciones del Big data… De repente un hecho de la naturaleza, un virus que muta y pasa de los animales al ser humano y de humano a otro humano, se convierte en una tragedia que nos advierte con cruel seriedad que no tenemos la capacidad para manejar completamente la naturaleza, dominándola en toda su magnitud.


La segunda de las fragilidades desnudadas por la aparición de este virus, es la social. El COVID 19 expuso globalmente las enormes desigualdades en las que vivimos y deja en claro que no solo estamos escasos de hospitales, sino también de hospitalidad. Ya antes, mucho antes de esta pandemia, el mundo se había convertido en un espacio hostil sin condiciones de vida para todas las personas por igual. Ya antes de la pandemia había personas viviendo en condiciones de hacinamiento, que dependen de un trabajo precario, de una changa, de un rebusque, que si se enferman no trabajan y si no trabajan no comen, donde el agua no sale de una canilla sino que hay que ir a buscarla el baldes quien sabe a dónde. Personas vulnerables a las enfermedades, porque si reciben atención médica no tienen para los tratamientos o los medicamentos. Ya antes de la pandemia algunos chicos no iban a la escuela o iban salteado o solamente para comer. Ya antes de la pandemia había mucha gente que no tenía trabajo. Ya antes de la pandemia hay personas expuestas a todo tipo de vulnerabilidad a causa de la desigual distribución de ingresos y exigencia de esfuerzos.


Ya antes, mucho antes de que el covid 19 se globalizara, el mundo estaba perdiendo la sensibilidad para contener a los que más sufren. El afán por la rentabilidad y el lucro no solo infectaron la mayoría de las actividades humanas sino también los pensamientos. Es preocupante la multiplicación de imaginarios comunes que aprueban el individualismo, desalientan lo comunitario, lo público, lo político, naturalizan las desigualdades y al mismo tiempo levantan la pregunta: ¿por qué debería ocuparme del otro/otra? ¿Acaso somos guardas de los demás?


Ya desde antes de la pandemia todo lo referido a la promoción social y a la ampliación de derechos eran mirados con desconfianza y no faltaron gobiernos que hicieron de la desinversión en el sector público una política de Estado.


Las redes de comunión, contención y empatía estaban rotas y fragmentadas desde hacía mucho, y quizás por eso, una enfermedad se convirtió en una verdadera catástrofe, no solo por su gravedad y por la falta de vacuna, sino porque nos encontró frágiles tal cual lo somos y en medio de una sociedad a la cual no solamente le faltan hospitales sino también hospitalidad.


Por eso creo que la imagen de un valle de huesos secos puede reflejarnos: huesos secos, juntos en una misma sociedad, pero desligados los unos de los otros.


De allí que la pregunta que recibió Ezequiel vuelve a ser pertinente para nosotros hoy: ¿Podrán tener vida esos huesos secos? ¿Seremos capaces de construir una sociedad cuyo horizonte se nutra de empatía y donde lo individual y lo colectiva se unan sanamente lo individual? ¿Seremos capaces de recuperar la percepción empática por el sufrimiento ajeno y la certeza de la solidaridad? ¿Seremos capaces de hacer una sociedad más igualitaria y hospitalaria? ¿Podrán tener vida esos huesos secos?

“Solo tú Señor lo sabes”.


La historia hoy está abierta, impredecible e incontrolable. No sabemos a ciencia cierta hacia dónde soplará el viento de la historia, pero sí podemos tener la certeza de que el Señor va a obrar en ella. Esa es nuestra esperanza y la esperanza que estamos llamados y llamadas a transmitir: Que en medio de la historia el Espíritu Santo de Dios está soplando para dar nueva vida.


Mientras tanto, y fortalecidos por esa esperanza de transformación, no nos cansemos de continuar la obra de Dios en el mundo. Dios actúa mientras nosotros actuamos, nosotros actuamos mientras el Señor actúa.


Denunciemos con todas las letras la caducidad de cualquier modelo socio económico que genere desigualdades y promueva los odios como forma de sostenerse a sí mismo, porque somos frágiles y la vida no es posible en un mundo tan hostil.


Reclamemos ante quienes tienen la responsabilidad de hacerlo por medidas globales que generen más equidad en todos los órdenes de la vida y promueva vínculos saludables y justos entre las personas y los países; medidas globales que garanticen la preservación de los recursos naturales necesarios para la vida.


Y también construyamos comunidades que guiadas por el Espíritu Santo, sean reflejo y testimonio público de aquello que denunciamos, de las medidas que reclamamos y de la hospitalidad que hace falta, para que así el mundo crea que es posible un mundo distinto.


Ven Espíritu de Dios y sopla en medio de este mundo y en nuestras vidas. Que así sea. Amén.”



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